En la década del 70, Evagrio Velázquez y Amparo Mereles, ambos de Caacupé, unieron sus vidas para emprender la gran empresa de formar una familia. La compañía Ita Yvu Guasu, en Caacupe, era una comunidad de pura raigambre campesina donde las labores giraban en torno al campo.
Evagrio, como todo paraguayo, sabía hacer de todo; entre sus múltiples profesiones, era peluquero. En su hogar, montó la «Peluquería Bichito», donde acudían los varones para el corte y la charla correspondiente. Sin muchos sobresaltos, fueron llegando los hijos, que serían cuatro en total. Amparo, por su lado, se ingeniaba para que no faltara nada.
Así llegamos a la década del 80, época de muchos cambios en el país, con un auge en las faraónicas obras civiles como Itaipú y Yacyretá. En una de las charlas, alguien le comentó a Evagrio que Ayolas era el nuevo polo de desarrollo, donde se habían trasladado miles de personas por el trabajo seguro y bien remunerado. En 1984, para sorpresa de todos, Evagrio dijo: «Voy a vivir en Ayolas, allí viven miles de personas y faltan servicios». Se instaló en el barrio San Antonio e inmediatamente comenzó a trabajar. Al año, vino toda la familia y se instalaron en el nuevo hogar.
La segunda hija del matrimonio, Estela Velázquez, tenía 13 años cuando llegó a su nueva casa. Sus estudios secundarios los hizo en Ayolas, y más adelante se graduó de abogada. Con el paso del tiempo, Estela fue concretando todos sus sueños profesionales y personales. En julio de 2003, obtuvo el mayor título: fue la feliz madre de Evagrio Guillermo, actualmente de 20 años.
El milagro de la vida, con toda su carga de amor y misticismo, se fue diluyendo con el correr de los días. Un pediatra observó que el niño no seguía objetos con la mirada. Luego de diez juntas médicas, cuando Guillermo tenía 1 año y 9 meses, le diagnosticaron ceguera irreversible. Más adelante, los galenos pudieron determinar que el niño tenía una condición que lo hacía diferente: autismo en segundo grado. Devastador para cualquier mamá, pero no para una guerrera de pura estirpe guaraní, Estela, quien jamás se rindió.
Durante dos años, cada martes viajaba a Asunción, a la Escuela Especial Nº4 Residencial de Ciegos y Deficientes Visuales “Santa Lucía”. para la estimulación temprana. Luego, un año en la Escuela de Eduación Inicial N° 533 Semillita y dos años en el Centro Educativo Integral San Benito, escuelas privadas de Ayolas, para completar la estimulación.
Llegó el tiempo del preescolar, y desde ahí, hasta el noveno grado, Guillermo fue a la Escuela Básica N° 1315 San Roque González de Santa Cruz, de Ayolas, una escuela pública donde culminó la educación escolar básica.
Al no existir planes curriculares diferenciados, planes pedagógicos ni estrategias metodológicas adaptadas a las necesidades de Guillermo, fue un constante desafío su aprendizaje entre la comunidad educativa y la lucha tenaz de Estela. Aprendió a utilizar videos, se acostumbró a rendir en forma oral, aprendió deportes y a nadar. En pocas palabras, demostró que no tiene límites que no puedan ser superados.
En el 2019, culminó el secundario y Estela lo quiso orientar hacia la carrera de Derecho, por su praxis oratoria y su capacidad parlante. Pero el abuelo Evagrio, que siempre fue un visionario, expresó: «Él será un ingeniero, es muy inteligente mi nieto».
En la actualidad, la predicción del abuelo va camino a cumplirse. Guillermo es alumno regular de la carrera de Ingeniería Ambiental de la Facultad de Ciencias Aplicadas – sede Ayolas de la Universidad Nacional de Pilar.
Escuchamos con frecuencia hablar de la educación inclusiva, muchas veces sin la conceptualización que implica poder brindar oportunidades para todos. Este caso es la demostración de que es posible integrar en la tarea educativa a todos.
Guillermo es un canto a la vida; cuando faltaba casi todo para su futuro, él, que parecía tener mil obstáculos y estar destinado a vivir en la penumbra de la ignorancia, encontró en su valerosa madre y su entorno familiar, compañeros, profesores y amigos; las luces del alma.