«Al llegar la hora del total reposo, solo para el alma pediré la luz, esa luz que estuvo negada a mis ojos desde los umbrales de mi juventud». Así reza uno de los párrafos de la última poesía escrita por el sublime bardo Carlos Miguel Jiménez. El nombre de la poesía, Mi Penumbra, aún hoy interpela nuestras conciencias, tan oscuras como la vida que vivió el gran poeta.
Fuimos a conocer a una gran mujer, en el fondo, al saber parte de su historia, íbamos con la presunción que debíamos llevar ánimo y buena onda, pero en verdad, salimos animados por su aura y llenos de energía por la luz de su inmutable sonrisa. Por esas cosas curiosas de la vida, ella se llama Estela, que en su acepción latina, significa estrella de la mañana, en su etimología griega, el rastro o surco que queda en el aire o en el agua. Se habla de la estela luminosa, de las personas que dejaron huellas.
Estela Noemí Fernández nació en Pilar, hija de Rafael Fernández y Zulma Pérez. En el seno de la familia humilde aprendió todo lo necesario para desenvolverse en la vida. Sus años de escuela primaria y el ciclo secundario transcurrió en la pequeña Isla Umbu. Es egresada de la Promoción 1997 del Colegio «Contralmirante Ramón E. Marino», luego se traslada a Pilar para seguir formación docente, que culmina en 1999. Además de su primer título profesional, en ese tiempo conoce a quien un tiempo después, el altar lo consagra como su marido, Jorge Cabrera, Mecánico de profesión. Para poder estudiar, Estela realiza preciosas artesanías como el bordado en crochet, también el tejido doble aguja en un telar que convierte retazos de tela en hermosas mantas, cubrecamas, etc.
Consigue unas cátedras en el Colegio Nacional de Islerias, lugar donde concurrió a trabajar por 12 años. El hogar fue bendecido con la llegada de Elvis Julián, el único hijo, actualmente de 16 años, futbolista y estudiante de Mecánica General.
Estela comprende que necesita profundizar su formación y se inscribe en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNP, la Carrera elegida, Ciencias de la Educación la culminó en cuatro años, tenía 36 años en ese entonces. Sólo faltaba elaborar la Tesina para obtener el Título de Grado. De pronto, una noche, mientras tejía sintió un dolor en su ojo derecho, pronto comenzó a lagrimear, la visión se puso borrosa y el dolor aumentó en forma insoportable.
Dos días después se traslada a la ciudad de Resistencia, Chaco, ya con la visión casi nula. Los médicos la examinan y le dan el diagnóstico, Glaucoma, presión ocular que provocó la ruptura de una vena. Destrozada vuelve a Pilar, y a los 6 meses de aquel episodio, se queda sin el divino don de la visión. «El mundo se me vino abajo», recuerda Estela, pero aferrada al amor de sus padres, de su esposo, de su hijo, y la fe puesta en Dios, pudo salir del difícil trance.
Meses de llanto, de depresión, de tristeza e impotencia la invadieron. Pero un día se levantó y dijo, la vida continúa, a partir de ahora mis ojos serán mis manos y empezó a caminar iluminada por su sonrisa.
Han pasado tres años de aquel día que cambió su vida para siempre. Estela aprendió lecto-escritura braille, actualmente enseña en el Centro de Formación Integral de Personas Ciegas y con Discapacidad Visual.
En su primer intento no pudo tejer, en el segundo tampoco, pero arremetió con fuerza y desde el tercer intento hasta hoy, no para de tejer. En este tiempo también culminó la Tecnicatura en Docencia para Jóvenes y Adultos, y dice confiada y sonriente, ahora voy a culminar Ciencias de la Educación y voy a grabar un disco porque canta maravillosamente.
Caía la tarde, el manto de la noche empezaba a cubrir la ciudad, se puso de pie, nos acompañó hasta la puerta y sentíamos que no había oscuridad alrededor, solamente la luz que irradia su persona, como su nombre, una estela luminosa nos siguió en todo el camino.