HISTORIAS DE VIDA: LA AZADA O LA LAPICERA
César Duarte en su último día de clases de la Facultad de Ciencias Aplicadas de la UNP

El sol arrojaba impiadosamente ráfagas de fuego sobre las pequeñas parcelas de Potrero San Juan. Un hombre mayor con su nieto de apenas 7 años arremetía una y otra vez contra el árido suelo para abrir surcos con el viejo arado tirado por bueyes. Decía el abuelo, es más fácil romper la dura coraza de la ignorancia que pretender germinar estos campos empobrecidos, por eso mi hijo debes pensar muy bien, elegir entre la azada o la lapicera. Aunque no poseía reloj, el sabio abuelo sabía que eran las diez de la mañana y el desayuno que preparó la abuela Adelaida Montañez a las 5 de la mañana ya se había agotado, por lo tanto, había que hacer un refuerzo para proseguir. De su maleta extrajo un trozo de queso y unas tortillas que compartió con su nieto a la sombra de un añoso lapacho amarillo, entretanto, las llamaradas del astro rey cernido en los maizales, prendían ilusiones en la mente de César.

Casa de la Familia Duarte, Potrero San Juan

Potrero San Juan, Compañía distante unos 15 kilómetros de Desmochados, apenas ofrecía una escuelita para los saberes básicos. Una veintena de casas de pequeños productores, caminos en mal estado, ausencia de todo vestigio de civilización, espejos de agua rodeados de pequeños montes e isletas boscosas, constituían todo el universo de César Duarte, pero las palabras del abuelo Restituto Duarte, que suplía la figura del padre a quien nunca conoció, calaron muy hondo en su mente ensanchando su cosmovisión, más allá de los rojos amaneceres de su valle.

A los 10 años llegó a Pilar, en casa de unos tíos e ingresó a la Escuela «San Francisco» donde completó la primaria. Empezó el trajinar por los talleres, haciendo changas, mandados, venta ambulante y todo tipo de tareas para proseguir con su meta, estudiar y llegar a la cima porque ya había optado por la lapicera. Desde Buenos Aires de vez en cuando llegaba la ayuda de su madre que tuvo que emigrar cuando César tenía apenas dos años, quedando al cuidado de los abuelos Adelaida y Restituto con quienes vivió hasta los diez años.

Recuerda con humor su primer sueldo, «20 mil guaraníes, con eso había que estirar toda una semana». El secundario ya lo cursó en el Juan XXIII y se independizó totalmente, estudiando de noche y trabajando de día en «Electric Center» a cuyo propietario y su madre doña Antonia recuerda con gratitud porque fueron de gran ayuda en ese tiempo, muchas veces la señora me daba de comer, y Edgar Benítez me tenía más por caridad porque faltaba mucho por el estudio, recuerda agradecido.

Finalmente, culminó el secundario y en el año 2011 viaja a Asunción para estudiar en el Colegio Vocacional «Carlos Antonio López», donde se especializó en Mecánica Automotriz. Al tiempo de lograr su graduación, recibe un duro golpe, el fallecimiento de su abuelo a quien prometió entregar su título universitario. El hombre de campo no solo le transmitió valores, sin dudas fue una pieza clave en su crecimiento, y el que incidió en su decisión de optar entre la ruda faena del campo o intentar el estudio superior.

El Ing. César Duarte en su primeros días de trabajo en la Itaipú Binacional

Hoy por hoy, César Duarte, flamante Ingeniero Industrial, egresado de la Universidad Nacional de Pilar, integra la lista de profesionales contratados por la Itaipu Binacional, y manifiesta orgulloso, trabajo con profesionales egresados de la UBA de Argentina, de la Pontificia de Chile, de UDELAR del Uruguay y hablamos el mismo idioma, tenemos el mismo nivel.

Con un presente inmejorable y un futuro brillante, César regresa cada tanto a Potrero San Juan para rescatar sus vivencias de niño y cobijado por la ternura de la abuela Adelaida que prepara los quesos más sabrosos del mundo, sabe que tomó la decisión correcta que un día le planteó su abuelo, entre la azada y la lapicera. Su madre Vilma Duarte sigue viviendo en Buenos Aires en donde formó un nuevo hogar y además de dar dos hermanos a César, en la medida que fue posible junto a su marido, ayudaron a llegar a la meta.

Esta es la historia de un joven campesino que pudo romper las limitaciones de un lugar cuyo horizonte era seguir trabajando en el campo para subsistir o emigrar a las grandes urbes de Argentina, pero con tesón y voluntad, sumados a la política de equidad e igualdad de oportunidades de la educación pública, pudo romper el círculo vicioso, destino común de los ñeembuqueños.

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