Son las cuatro y media de la madrugada, doña Zulma Vázquez, oriunda de Yabebyry, Misiones, repite su ritual de la aurora, mira hacia el sur, otea el infinito manto celestial y reza una plegaria casi imperceptible, hace la señal de la cruz y pide la bendición para sus 5 hijos que viven lejos de ella, e inmediatamente, prepara la fogata ya que después del mate y el desayuno, su marido, don Pedro Servín, oriundo de Costa Pucú, Departamento de Ñeembucú, irá al campo a cultivar la tierra. De alguna forma, los bosques de los alrededores, le hacían recordar a don Pedro a su Ybyraty, que el dejó cuando tenía 10 años ya que su familia entera emigró en busca de mejores oportunidades.

La roja tierra misionera le dio una laboriosa compañera y 7 hijos nacieron como fruto del amor, y se juró a sí mismo, que haría lo humanamente posible para darles un destino diferente al suyo, porque de pequeño asimiló, que únicamente la formación profesional podría romper el círculo vicioso de la pobreza, más allá de las ganas y la laboriosidad propia de nuestra gente, los factores que condicionan la pirámide social, van más allá del esfuerzo individual.

La pequeña granja familiar daba todo lo necesario y los niños ayudaban a sus padres en las tareas del campo, y los chicos además, eran estudiosos y comprendieron la lección de vida de sus padres y abuelos, eran varias generaciones luchando por salir adelante y sin estudios no sería posible. Mario, el mayor de sus hijos habiendo culminado su ciclo secundario dijo a su papa, me voy a Pilar a estudiar, he oído que ahí tienen Universidad y la ciudad es muy tranquila, no quiero ir a Asunción. Don Pedro, abrazó muy fuerte a su hijo y le dio todo el apoyo, su madre despidió con lágrimas al primogénito. A tan solo 6 años de aquella mañana que se despidió de su familia, con una pequeña valija y miles de sueños, Mario Servín ya es Ingeniero Agropecuario. Detrás de Mario vino Beatriz Servín, quién trabajó de empleada doméstica, cuidaba niños y ahora es flamante Ingeniera Industrial. Después vino Paul, ingresó a la Carrera de Ingeniería Agropecuaria y consiguió trabajo en una carpintería para pagar sus estudios. Hasta el tercer año su vida transcurrió sin sobresaltos, brillante estudiante, en primera mesa aprobaba todas sus materias. También se habían sumado las mellizas Valeria y Valentina, los 5 hermanos Servín alquilaban una casita en barrio Crucesita y se ayudaban en la tareas de limpieza, de cocina, de lavado de ropas, y todos sumaban para cubrir las necesidades los gastos de alquiler, luz, alimentos, cuotas, agua, etc.

Una madrugada, un viernes aciago, la vida de Paul daría un giro inesperado. Invitado por un amigo salieron a dar unas vueltas en motocicleta. A las tres de la madrugada, el conductor, por ganar tiempo, hizo una maniobra no permitida, entró en contramano y fueron embestidos violentamente por un auto, que se dio a la fuga quedando los dos con fracturas de tibia y peroné. Paul tuvo menos suerte, las fracturas eran expuestas, sangraba profusamente, llegó una patrullera y fueron llevados hasta el hospital. La ambulancia jamás apareció. El médico de guardia, casualmente un traumatólogo, examinó las heridas, dijo, es una fractura grave, al amanecer entrás al quirófano, tras lo cual, suturó las heridas, aplicó un antibiótico y se retiró.

A las 6 de la mañana, el médico completó su guardia, se retiró sin dejar ninguna instrucción. Apagó su celular, y pasaron las horas sin que nadie diera ninguna respuesta. Pasaron el día sábado entero esperando la intervención que jamás llegó, para colmo llovía intensamente lo que impedía viajar a la Argentina en esas condiciones. Llegó el domingo y de nuevo la misma rutina del sábado, crecía la angustia y la desesperación y nadie daba una respuesta. El lunes, por su cuenta, vía Bermejo con la compañía de su madre, se trasladan a la Argentina, y al pisar apenas las barrancas de Puerto Bermejo, ingresa al Hospital de esa localidad e inmediatamente los trasladan al Hospital “Julio C. Perrando” después de 48 horas… Los médicos lo examinan y se toman la cabeza… nadie puede entender porque no se le brindó asistencia profesional… ya había pasado el tiempo, la infección de sus heridas no dejaban otra chance más que la amputación. A sus 22 años tuvo que pasar por esa terrible situación. Cuando se despertó en su cama, a su lado su madre sostenía sus manos y lloraba de rabia e impotencia. Su amado hijo perdió una pierna, cortaron un miembro de su cuerpo, más no su coraje, su valentía y sus ganas de vivir, no hubo bisturí capaz de amputar su sonrisa y esperanza. Hoy, un año después y gracias al acompañamiento de su familia y sus compañeros de la Facultad, tiene una flamante pierna ortopédica y cursa el cuarto año de la Carrera de Ingeniería Agropecuaria.

Las mellizas también se recibieron, una de Estilista y otra como Técnica en Informática, trabajando ambas de domésticas, hoy tienen un buen presente y un gran futuro al igual que sus hermanos. Don Pedro tenía razón… no puede disimular su orgullo cuando habla de sus hijos, grandes profesionales y mejores personas aún.

Paul Servín no conoce el rencor, pero si espera la justicia que nunca llegó, quienes lo atropellaron, jamás dieron la cara, únicamente su familia y sus compañeros organizaron campañas de solidaridad, festivales, rifas, etc., para cubrir los gastos que demandó su recuperación. El médico que tenía la obligación de darle el auxilio se desentendió del caso, con lo cual se hubiera evitado todo el dolor que trajo la desidia profesional.

Esta es la historia de una hermosa familia, quienes sin más recursos que su laboriosidad, su honestidad y sus ganas de progresar, han encontrado en la Educación pública la posibilidad de escribir un futuro mejor!..

Este es el compromiso asumido ante la comunidad, La Universidad Nacional de Pilar es el lugar en donde muchos sueños ven la luz, al amparo de una concepción de la Educación Superior, de que la misma, es un factor de equidad social.